Los indios que habitaban el actual territorio Guatepeoreño
en la época de la colonización europea eran los mandiguníes y guatepeoreños,
pertenecientes al mismo grupo étnico-lingüístico. Vivían en pequeños grupos
tribales autónomos y dispersos, que mantenían entre sí contactos mercantiles o
bélicos, según las circunstancias.
Desde el punto de vista etnológico y lingüístico estos
indios se asemejaban a los guaraníes, con influencia inca, maya, comanche y esquimal.
Su noble y olvidada lengua perdura en nuestros nombres geográficos, de flora y
fauna, y en los refranes e interjecciones que enriquecen nuestra lengua, aunque
su significado se ignore por completo.
Los indios se dedicaban al cultivo de la coca y los hongos
alucinógenos. Conocían actividades tales como la caza, la pesca, la recolección
de frutos, la alfarería y el curtido de pieles, aunque las dejaban para otras
tribus, y preferían comprar lo necesario pagando con coca y hongos.
Es erróneo decir que los indios
eran un grupo de narcotraficantes drogadictos, porque esos términos aún no se
habían inventado.
Los indios vivían en grupos pequeños nómades, o grupos más grandes
que se establecían en la cercanía de ríos, estanques, aguadas o canillas.
El eje de la vida social de la comunidad eran las fiestas
rituales, que tenían lugar durante tres meses, y varias veces al año, o una
sola vez al año, durante 12 meses. Las celebraciones incluían danzas,
canciones, juegos deportivos y promiscuas relaciones sexuales. Todo era
acompañado por comida, jugos de frutas tropicales fermentadas (léase
alcohol) en abundancia, y los elixires de coca y hongos
alucinógenos que la ubérrima tierra Guatepeoreña hace crecer en su seno para
solaz de sus naturales.
Los indios no tenían autoridad judicial ni política, sólo un
Maestro de Ceremonias que ordenaba a los bailarines durante las celebraciones.
Cuando se generaba alguna disputa todos los miembros de la tribu o extranjeros
de paso tenían derecho a opinar. Luego de establecerse las opciones, los bandos
que defendían una u otra opinión se enfrentaban en una batalla campal, hasta
que el bando perdidoso abandonaba el improvisado juzgado y la decisión ya no
era puesta en tela de juicio por nadie. Este primitivo sistema de administrar
justicia era bastante eficaz, si se descarta el saldo necesario de muertos, heridos
y contusos y aún se practica en pueblos apartados, capitales provinciales y la
mayoría del territorio habitado.
El juego de fútbol-cabeza era una alternativa a las batallas
justicieras. Se elegía un culpable, se le cortaba la cabeza, y con ella se
disputaba un juego similar al fútbol. Si ganaba el bando acusador, quedaba
justificada la decapitación. Si perdía, se brindaba en honor del decapitado
inocente y se recordaban sus logros y méritos. Era algo salvaje, pero había un
muerto previsible, en lugar de muchos imprevisibles. Cuando empezaron a
conocerse las pelotas de goma, vejiga de cerdo o cuero, fueron desplazando a
las cabezas. Pero todos coincidían en que la justicia ya no era tan entretenida.
Inexplicablemente, la sociedad indígena no tenía patrones
fijos de organización familiar. Coexistían el matriarcado y el patriarcado, se
aceptaba la poligamia y poliandria, y los hijos podían ser criados por los
padres, los parientes o amigos, o el primero que pasaba. Quienes eran demasiado
vagos para tener casa propia vivían bajo los árboles. Cierto es que no se
conoce ninguna casa indígena, ni la conoció ninguno de los cronistas conocidos.
Una supuesta casa indígena estuvo muchos años en el Museo Nacional de Historias.
(pero los arqueólogos luego descubrieron que se trataba de una caparazón de
gliptodonte).
Constituye un enigma para los antropólogos la ausencia de
tabúes, prohibiciones y de división del trabajo, así como de religión. Los
indios tampoco realizaban ceremonias fúnebres, a juzgar por la ausencia total
de tumbas o cementerios. Los muertos eran canibalizados y los bocados menos
apetitosos, arrojados a las fieras.
Los estudiosos y expertos guatepeoreños coinciden en
atribuir la pobreza en patrones sociales, políticos y religiosos de los indios
a su estado de primitivismo y de miseria económica, amén de a una natural
depravación moral. Esto explica las dificultades que hallaron los primeros
conquistadores para hacer comprender a los indios los conceptos de Dios,
Religión, Creación, Juicio Final y Vida Ultraterrena. Los indios se mostraban
escépticos, y se bien recibían amablemente a los educadores y clérigos, no
prestaban atención a su piadoso mensaje y no accedían a cubrir su desnudez en
frente de ellos. Y lo que era más grave, se los comían.
Hasta hoy los indios y sus descendientes tratan de
justificar la Creación
del Universo y del Hombre y los fenómenos naturales con explicaciones propias
poco coherentes, y tienden a tratar de ganar todas las discusiones a los
golpes, garrotazos y en los casos más severos, cañonazos.
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